22.4.09

Cuento 3.- Mi amigo el Sr. Árbol de Mangos

Como cada mes, había llegado la hora de hacer la despensa, normalmente no estaban mucho en casa, así que nunca compraban demasiado o se echaba a perder, pero había ciertos alimentos que siempre se agotaban a los pocos días, y uno de estos eran las salsas. No es que a Kirito le gustaran demasiado... pero a Kyo sí y cuando este había buscado sus “queridas” salsas y no las halló, había lanzado su primer amenaza: Iré a hacer la despensa contigo.

Claro, Kirito no había creído aquella amenaza por la sencilla razón de que Kyo odiaba ir de compras. No que él lo amara, pero había descubierto que o tenía muy mala suerte en el piedra papel o tijera o Kyo le hacía trampa, porque siempre perdía y tenía que ir de compras. Lo único “malo” de que Kirito fuera el encargado de la despensa... es que siempre olvidaba comprar las salsas de Kyo, y cuando lo recordaba compraba sólo para una semana, máximo dos, lo cual había desencadenado la actual situación...

—Deja eso ahí.— gruñó Kyo, dándole un manotazo.

—Auch... no hagas eso.— se quejó el mayor, frunciendo los labios.

—Shinya... son dos cajas de arroz las que llevas.— dijo con obviedad, y no sin cierto asco.

Kyo no odiaba el arroz... Kirito hizo que lo odiara. La gente no pensaba que ellos eran raros... ellos hacían que la gente se mirara entre si y pensara que no eran tan extraños si los comparaban con esos dos locos del Arroz.

Kirito le lanzó una mirada furibunda a la gente, que dejó de mirarlos por pensar que eran peligrosos.

—Kyo vete a elegir tus malditas salsas y déjame hacer mi trabajo.— gruñó con voz baja.

Kyo, al oír su nombre artístico, se dio vuelta y caminó hasta donde estaban sus salsas de forma rápida, con una sonrisa satisfecha en el rostro. A los pocos minutos, había regresado con dos cajas completas de Salsas.

—¿No crees qué exageras?— preguntó Kirito, levantando una ceja.

—Nunca.— sonrió de lado, colocando las cajas en el carrito.

—Son... demasiadas.—

—No son ni la mitad de las salsas que me debes, bastardo.— gruñó, mirándolo con desprecio.

Kirito lo miró con cara de circunstancias, pero mantuvo la boca cerrada. Kyo tenía, para su desgracia, razón en el reclamo que le hacía.

—Te dejo ser seme tres días si dejas una caja.— le susurró en la oreja, cuando paso por su lado.

Obviamente aunque Kyo tuviera razón Kirito no estaba nada dispuesto a llevarse tantas salsas... y menos si sabía que Kyo lo mordería antes de compartirle alguna. Quizás era un juego sucio, pero había apostado algo fuerte... Porque, a Kyo también le gustaba ser seme.

—Me quedo con ellas.— sonrió ampliamente, pero con su toque personal de malicia.

—¿Eh?— Kirito abrió sus ojos, sin entender. —Las prefieres sobre mí... ¿es eso lo qué estas diciendo?—

—Ofréceme algo mejor, y me lo pensaré.—

—¿Qué puede ser mejor?—

—Un mes.—

—¡De ninguna manera!— chilló, indignado. No pensaba ser uke un mes.

Kyo sonrió pícaro.

—Entonces, muévete y vamos a pagar.— dijo, dándole empujones al mayor.

Kirito suspiró y comenzó a caminar de forma taciturna, casi deprimido. ¿Kyo lo había cambiado por... dos cajas de salsas?, su ego y orgullo estaban seriamente heridos. Miró a Kyo de soslayo, con un puchero... ¿qué tenían esas salsas que él no?, se preguntaba indignado...

—Tooru... ¿no soy yo más tentador que esas... salsas?— preguntó, con su voz molesta.

Esperó unos minutos, y luego volteó, mirando que Kyo se había detenido en el área de frutas.

—¿Tooru?— preguntó otra vez, regresando hasta donde se había quedado su amante. —¿Qué tanto le vez a las frutas?— preguntó celoso.

—Mango.— susurró Kyo con algo parecido a la nostalgia. —Quiero mango...—

Kirito parpadeó.

—Eh... ¿ya viste los precios de las frutas de importe?— preguntó dudoso. ¡Es que esas frutas no valían lo que costaban!

—Quiero mango.— repitió, mirándolo con algo que intentaba ser un puchero.

—El kilo es sumamente caro...— dejó caer la frase de forma delicada. Estaban en un SAMS y no quería un ataque asesino de mordiscos.

—Sí dejamos una caja de arroz podemos llevarlos.— sugirió, suavizando su tono exigente.

—Ni hablar.— tajó. —¿Por qué quieres mango?—

—Porque... me recuerdan a mi mejor amigo.— dijo, suspirando.

—Oh... — Kirito lo miró. —En la próxima venida que de, te compraré mangos ¿si?—

—Es mentira, nunca me traes nada.— replicó inmediatamente, como un niño molesto.

—Eh... esta vez sí lo haré.— Kirito suspiró, se sintió culpable ante ese comentario. —Vamos a pagar, ¿si?—

Kyo asintió con la cabeza, y Kirito camino hasta las cajas. El menor le hecho una ultima mirada a la sección de frutas, cuando se subió al auto se la paso mirando hacia el paisaje de la ciudad, ocultando así su sonrisa traviesa.

—Bueno... mira el lado positivo, traes tus salsas.— trató de consolarlo Kirito, mientras acomodaba parte del mandado en las gavetas de arriba.

—Aja...— respondió vagamente, con su cabeza sobre la barra de la cocina.

—Verte así casi me hace sentir mal.— mintió, obviamente sí se sentía mal, pero no lo diría.

Kyo lo ignoró por el resto de la noche, lo que terminó fastidiando al mayor, que decidió dejarlo solo. Cuando el menor se aseguró que Kirito se había ido a dormir, o al menos estaría lejos de la cocina, dejó que su sonrisa apareciera, se acercó al lavabo y, apenas conteniendo una carcajada, sacó de su gabardina cuatro mangos grandes, puso uno en el lavabo y los otros los guardo en el refrigerador.

—Mango... rico y delicioso mango.— canturreó en voz baja, sólo para oírse él mismo.

Lavó y peló el mango, estaba apunto de comenzar a comérselo cuando la luz del pasillo se encendió, escuchó el ruido de una silla cayendo al piso y a Kirito maldecir. Cuando quiso hacer algo el mayor ya estaba en la cocina.

—¿Qué haces?— preguntó, bastante confundido.

—Ah... comer mango.— respondió, con una pequeña sonrisa.

—Pero... no recuerdo haber comprado mango.—

—No lo hiciste.—

—Entonces...— cuando por fin entendió lo que había pasado. —Lo robaste.— comenzó a reír de forma escandalosa, Kyo rió con él.

Cuando dejaron de reír, Kyo ya iba a la mitad de su mango, Kirito lo miró con un puchero divertido, antes de comenzar a acosarlo a preguntas.

—¿Por qué significa tanto un mango?—

—Shinya... ¿Alguna vez tuviste un amigo que siempre te daba comida cuando tenías hambre y no tenías comida cerca?, o.. ¿Un amigo que siempre escuchara lo que decías y siempre te brindaba apoyo y te reconfortaba cuando peleabas con tus padres?—

—Sí, a Kohta.— respondió. —Ya entiendo... y, ¿a él le gustaban mucho los mangos?—

Kyo lo miró, parpadeó varias veces y luego sonrió.

—¡Oh no, él nunca comería mangos!—

—Ah.. ¿Entonces?—

—Tengo una foto, ¿quieres verla?—

—Eh, claro... quiero saber quien es el causante de que robes mangos en los súper mercados.—

Kyo se paró de la silla y tiró las cáscaras de mango, después se lavó las manos y el plato ante la mirada atenta de Kirito. Cuando terminó, volvió a sentarse frente a la barra, y sacó su cartera, buscó un momento y luego sonrió.

—Aquí esta.— dijo, pasándole la foto.

—Eh...— Kirito la miró, pero al cabo de unos segundos se rindió. —Sólo te veo a ti y a un árbol.—

—Obvio, somos yo y mi amigo el Sr. Árbol de Mangos.— comenzó a reírse.

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